
Una comunidad olvidada del Chocó que sueña con construir un territorio reconciliado y en paz
- On 10 de agosto de 2017
De la mano de la Iglesia Católica, hombres y mujeres de la región dan el primer paso para convertirse en artesanos de nuevo tejido social en su territorio.
Con un actitud resiliente frente al dolor y los temores que por más de cinco décadas les causó el conflicto armado con las FARC, y pese al abandono institucional con el que han tenido que convivir siempre; entre sonrisas, espontaneidad y profundos anhelos de cambio para su región, cada mes, más de 40 líderes y lideresas que le apuestan a la reconciliación y a la paz en Tagachí hacen posible el desarrollo de una nueva sesión de ‘Pases de Reconciliación’.
Se trata de un diplomado dirigido a gestores de paz que coordina la Comisión de Conciliación Nacional (CCN) en representación de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC); que apoya solidariamente la Embajada de Alemania a través de una iniciativa pedagógica denominada Acciones Conscientes; y que se realiza hoy en otras cinco regiones del país históricamente afectadas por el conflicto armado.
Tagachí es un corregimiento del municipio de Quibdó, capital del departamento del Chocó, en el que habitan alrededor de 700 personas. Está ubicado junto al Atrato, considerado el tercer río más navegable del país, después del Magdalena y del río Cauca; hoy la única forma de llegar hasta allí es en transporte fluvial. La navegación desde la Capital Chocoana, por ejemplo, puede tardar entre dos y cinco horas, dependiendo del tamaño del motor de la panga (bote) en la que se realice el desplazamiento.
El corregimiento no cuenta con los servicios de acueducto, alcantarillado o recolección de basuras; el servicio de energía es prestado por una planta eléctrica que debe ser apagado diariamente porque el combustible que le facilita la administración del municipio es insuficiente. El acceso público a Internet se puede realizar exclusivamente desde un Kiosco Vive Digital, atendido por Osleida Palacios Cuesta, una de las participantes de Diplomado, en el que se paga $200 pesos por un pin que otorga una hora de Internet. Las actividades económicas están determinadas por la madera, la pesca (hoy con serios problemas de contaminación por culpa de la minería) y la agricultura, esta última como actividad complementaria. Existen pocas tiendas para el número de habitantes que tiene y con escasez de productos, pues la única forma en que sus propietarios pueden abastecerse es desplazándose hasta Quibdó y un solo trayecto en panga puede costar hoy cerca de $70.000.
Como en muchos otros corregimientos del pacífico colombiano, sumidos en aquella armoniosa pero olvidada profundidad selvática del Chocó, sus habitantes han tenido que padecer los estragos de una guerra de la que jamás fueron culpables. Con frecuencia y, a veces entre lágrimas y con voz entrecortada, las y los asistentes a ‘Pases de Reconciliación’ cuentan historias que se convierten en clara evidencia de ello.
Uno de los lugares más altos del corregimiento es el Centro Misionero Claretiano, una casa de dos pisos construida en madera (como más del 90% de las casas en Tagachí) en la que viven dos colombianos y un venezolano, tres misioneros que actualmente trabajan en la zona y que sueñan con mejores oportunidades para esa región. Sin importar la humildad del Centro, cada noche se convierte en el espacio de reunión favorito para algunos niños, niñas, jóvenes y adultos que desean distraerse un rato, con los libros, con el televisor o sencillamente viendo el día acabar desde el balcón.
La administración del Centro está a cargo del sacerdote Yorlly Alexander Moreno Valoyes, oriundo de Las Mercedes, otro corregimiento de Quibdó que se encuentra a unos 17 kilómetros al norte de la Capital Chocoana, también a orillas del río Atrato. El Padre Yorlly, quien fácilmente transmite la pasión que siente al trabajar por su gente, hace parte además del equipo facilitador del diplomado. Fue el encargado de convocar a la comunidad para que participara, está pendiente de todos los aspectos logísticos que las actividades realizadas requieren y acompaña pastoralmente las jornadas.
Cada sesión de Pases de Reconciliación en Tagachí dura alrededor de ocho horas; hasta la fecha se han podido llevar a cabo cuatro jornadas. Por razones logísticas y acceso a la electricidad que presta una planta eléctrica con la que cuentan los Misioneros Claretianos para poder usar computador, video beam y sonido, el Centro es también el lugar en el que se desarrollan. No hay mucho mobiliario, complicaciones ni protocolos, pero sí una evidente disposición para trabajar con la recursividad que los caracteriza. Siempre hay espacio para los momentos reflexivos y didácticos, tiempo para contar historias, orar y cantar. Los miembros de la comunidad que participan, entre los que hay líderes comunitarios, madres cabeza de hogar y campesinos, no pierden oportunidad para derrochar alegría y compartir sus anhelos de paz durante las diferentes actividades guiadas por el equipo de la CCN encargado del diplomado.
El pasado jueves 28 de julio desde las 8:15 de la mañana se llevó a cabo la cuarta sesión. Magaly Manco, Psicóloga de la Universidad de Antioquia y especialista en Cultura de Paz y D.I.H. de la Universidad Javeriana de Cali, quien hace parte de la Comisión de Conciliación es la docente encargada de poner en marcha este diplomado. Ese día inició con una actividad reflexiva que invitaba a los participantes a recordar su infancia, los juegos, la escuela y las relaciones familiares. Poco a poco y de forma espontánea se fueron dando las intervenciones.
“Voy a contar algo de mi infancia muy triste, salíamos a cortar caña y mi mamá nos pegaba, era un látigo… Yo cogí marido en Tagachí. Pero luego entró la guerra y yo le dije a Rafael, mi compañero, allí viene el avión y le dije “yo no me embarco” y pasó tres veces con los mismos… Empecé a hacer señas con una bandera blanca hecha con sábanas y al rato se escuchó el estropicio y lanzaron una ráfaga desde allí. Uno vivía en Tagachí asustado. Uno vivía con miedo y teníamos hambre… Llegó luego un barco que casi se hundía lleno de la comida, luego escuchamos que dispararon porque era un bote de guerrilleros”, contó María Jesús a sus compañeros. Como el de ella, muchos otros relatos enmarcados por el dolor, el temor y la pobreza se fueron dando a conocer. “Nunca sabemos la historia que hay detrás de cada persona, este ejercicio nos permite conocernos mejor”, afirmó Magaly al escucharlos.
La actividad continuó invitando a las personas a ubicarse lenta y progresivamente en el “aquí y el ahora” teniendo en cuenta esas niñas y niños que fueron y los adultos que son hoy. La docente hizo algunas preguntas para retomar las intervenciones: “¿Cómo nos sentimos al realizar este viaje? ¿Hacia dónde fuimos? ¿Qué recordamos?”
“Una infancia muy dura, mi abuela era muy mala y muy pegona, nosotros nos subíamos al “soberao” y de allí cogíamos la miel, le echábamos agua para completar la miel que nos comíamos a escondidas. En la larga hay un río que se llama “Sansipué”, por ahí a los 10 años nos recogieron a mí y mis hermanos y nos trajeron a “Palo Blanco”, donde estábamos haciendo la primaria, se llamaba la “Isla del Inglés”, allí nos criamos con la tía Julia, no teníamos papá ni mamá, fue la mejor familia que nos tocó… Ahoritica tengo un dolor en el pecho que me da ganas de llorar…Siento que me falta algo de mi mamá desde los 10 años, por culpa de mi mamá que me abandonó perdí algo de ella que aún siento que falta”, contó Natalia, una joven de 25 años, madre de cinco hijos que, como muchas de las otras mujeres participantes, asiste con uno de sus pequeños a Pases de Reconciliación.
Tras escuchar los diferentes relatos, Magaly invitó al grupo a plasmar de manera libre en un papel un mensaje o compromiso que les recordara la mejor manera de criar a sus hijos, de sustituir el maltrato por el diálogo, que los ayudara a ser padres de familia responsables y afectuosos, adultos conscientes de que también fueron niños. La sesión continuó y poco a poco el trabajo creativo personal, que tiene un importante espacio en la metodología de éste y de los demás diplomados que coordina la CCN, se hizo presente, enmarcado con preguntas como: ¿Cuáles son las cosas que yo me comprometo a trabajar, para no repetir lo que me hizo daño? ¿A qué me comprometo para construir un futuro diferente para mis hijos? ¿Cómo voy a empezar a cambiar el maltrato por el diálogo?
Para entender el propósito del ejercicio y guiar sobre el tejido de nuevas vivencias en cada hogar de la comunidad, Magaly afirmó: “Las palabras y gestos positivos nos ayudan a salir de las situaciones difíciles, es necesario reconocer y contar nuestra historia y apropiarnos de la capacidad enorme que tenemos de dar amor. Los niños siempre van a ser inquietos y es nuestra responsabilidad orientarlos con toda la paciencia y comprensión. Yo propongo que esta parte de la actividad nos permita reconocer que “la paz empieza por casa”, desde mi corazón, desde mi paz interior, uno no puede dar algo que uno no tiene para sí mismo. La intención es que este proceso nos lleve a transformarnos. Los niños y los jóvenes necesitan nuestro acompañamiento, de la sabiduría de nuestros abuelos, de nuestras experiencias de vida… En la paz cabemos todos… Hoy nos vamos a proponer evaluar nuestra adultez, vamos a honrar también a nuestros ancestros trabajando sobre la mejor versión que podemos tener de nosotros mismos, vamos a compartir y multiplicar sus enseñanzas y ejemplo”.
En Tagachí, sin duda, hay también muchas heridas por sanar. Su comunidad, tan paciente y noble por años, reclama acompañamiento y atención por parte del Gobierno, sin embargo, no pierden la esperanza. Muchos están dispuestos a abrir sus brazos a la reconciliación, otros se alegran por la sensación de tranquilidad que el proceso con las FARC ha empezado a dejar, aunque les preocupa la aparición de nuevos grupos armados ilegales que quieren ejercer control y acabar con la vida de líderes sociales o atemorizar a miembros de su comunidad. La Iglesia ha sido una de las pocas instituciones que ha llegado, que ha podido estar allí acompañándolos en los días más crueles, en las más fuertes inundaciones, esas que por la ubicación geográfica del corregimiento y las fuertes lluvias que se presentan, complican la situación de sus habitantes, la movilidad, la vida útil de los cultivos y el estado de sus casas.
El diplomado, por ejemplo, se ha convertido hoy en una gran oportunidad para apoyarlos, para motivar sus deseos de transformación y paz, pero, sobre todo, para escucharlos, y eso el Padre Yorlly lo sabe bien, “nosotros, como equipo misionero, también tenemos una responsabilidad frente a la comunidad…Por ejemplo, el compromiso de traer personas que los puedan escuchar y ayudarles a desahogarse, que les ayuden a ir sanando”, manifestó el sacerdote durante esa cuarta sesión, refiriéndose a los estragos emocionales que a muchos habitantes ha dejado el conflicto.
Respecto a lo anterior, Juan Carlos Castillo, misionero claretiano en formación que llegó desde Venezuela directo a Tagachí hace menos de dos años, y que hoy también apoya la realización de Pases de Reconciliación agregó: “Debemos empezar a aplicar lo aprendido en el diplomado, comenzar con la sana-acción, hay que abrazar nuestra historia, quererla, porque ella nos hizo quienes somos; reconocer que Dios ha estado presente en esa historia que nos ha tocado vivir, acompañándonos y dándonos fuerzas para seguir. Gracias al diplomado, nos ha servido como recordatorio del trabajo pastoral que nosotros como Iglesia y en ecumenismo con las demás iglesias de Tagachí, debemos hacer”.
Actividades sobre sanación, memoria, reconciliación, cultura de paz y estudio de los acuerdos alcanzados entre el Gobierno y las FARC, hacen parte del programa del Diplomado Pases de Reconciliación. Con la seguridad de que el nuevo horizonte de reconciliación y paz en Colombia debe empezar a construirse desde la base, desde las regiones, la Comisión de Conciliación Nacional, bajo la presidencia de Monseñor Óscar Urbina Ortega, Arzobispo de Villavicencio y también presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, y la Secretaría Técnica en cabeza del Padre Darío Echeverri González, desea seguir trabajando con estas y muchas otras regiones mediante su proyecto pedagógico Acciones Conscientes, apoyado por la Embajada de Alemania desde septiembre del año pasado. A través también de otras iniciativas que tienen previstas y que le permitirán a la Iglesia, de la mano de cooperantes internacionales, continuar contribuyendo al país en este nuevo escenario que se configura y que demanda también el esfuerzo de todos los colombianos.
Como en el Chocó, en otras regiones de departamentos como Arauca, Meta, Tolima y Nariño se puso en marcha desde el pasado mes de abril ‘Pases de Reconciliación’ con miembros de la comunidad que han sido o se convierten ya en gestores de paz. Así como Inter-Acciones por la paz’, los diplomados que se realizan con exguerrilleros de las FARC, agrupados en distintas zonas y puntos transitorios de normalización, como apoyo a la construcción de paz y a los procesos de reinserción que empiezan a enfrentar y que son fundamentales para sacar adelante los esfuerzos ya hechos.
En lo que respecta a esta zona del país, Tagachí fue el lugar elegido para trabajar con la comunidad; y el Punto Transitorio de Normalización de Vidrí, una vereda del municipio de Vigía del Fuerte, ubicado en Antioquia, para desarrollar el trabajo pedagógico con exguerrilleros; proceso que también Magaly, el Padre Yorlly y el seminarista Juan Carlos pusieron en marcha. La actividad continuó invitando a las personas a ubicarse lenta y progresivamente en el “aquí y el ahora” teniendo en cuenta esas niñas y niños que fueron y los adultos que son hoy. La docente hizo algunas preguntas para retomar las intervenciones: “¿Cómo nos sentimos al realizar este viaje? ¿Hacia dónde fuimos? ¿Qué recordamos?”
“Una infancia muy dura, mi abuela era muy mala y muy pegona, nosotros nos subíamos al “soberao” y de allí cogíamos la miel, le echábamos agua para completar la miel que nos comíamos a escondidas. En la larga hay un río que se llama “Sansipué”, por ahí a los 10 años nos recogieron a mí y mis hermanos y nos trajeron a “Palo Blanco”, donde estábamos haciendo la primaria, se llamaba la “Isla del Inglés”, allí nos criamos con la tía Julia, no teníamos papá ni mamá, fue la mejor familia que nos tocó… Ahoritica tengo un dolor en el pecho que me da ganas de llorar…Siento que me falta algo de mi mamá desde los 10 años, por culpa de mi mamá que me abandonó perdí algo de ella que aún siento que falta”, contó Natalia, una joven de 25 años, madre de cinco hijos que, como muchas de las otras mujeres participantes, asiste con uno de sus pequeños a Pases de Reconciliación.
Tras escuchar los diferentes relatos, Magaly invitó al grupo a plasmar de manera libre en un papel un mensaje o compromiso que les recordara la mejor manera de criar a sus hijos, de sustituir el maltrato por el diálogo, que los ayudara a ser padres de familia responsables y afectuosos, adultos conscientes de que también fueron niños. La sesión continuó y poco a poco el trabajo creativo personal, que tiene un importante espacio en la metodología de éste y de los demás diplomados que coordina la CCN, se hizo presente, enmarcado con preguntas como: ¿Cuáles son las cosas que yo me comprometo a trabajar, para no repetir lo que me hizo daño? ¿A qué me comprometo para construir un futuro diferente para mis hijos? ¿Cómo voy a empezar a cambiar el maltrato por el diálogo?
Para entender el propósito del ejercicio y guiar sobre el tejido de nuevas vivencias en cada hogar de la comunidad, Magaly afirmó: “Las palabras y gestos positivos nos ayudan a salir de las situaciones difíciles, es necesario reconocer y contar nuestra historia y apropiarnos de la capacidad enorme que tenemos de dar amor. Los niños siempre van a ser inquietos y es nuestra responsabilidad orientarlos con toda la paciencia y comprensión. Yo propongo que esta parte de la actividad nos permita reconocer que “la paz empieza por casa”, desde mi corazón, desde mi paz interior, uno no puede dar algo que uno no tiene para sí mismo. La intención es que este proceso nos lleve a transformarnos. Los niños y los jóvenes necesitan nuestro acompañamiento, de la sabiduría de nuestros abuelos, de nuestras experiencias de vida… En la paz cabemos todos… Hoy nos vamos a proponer evaluar nuestra adultez, vamos a honrar también a nuestros ancestros trabajando sobre la mejor versión que podemos tener de nosotros mismos, vamos a compartir y multiplicar sus enseñanzas y ejemplo”.
En Tagachí, sin duda, hay también muchas heridas por sanar. Su comunidad, tan paciente y noble por años, reclama acompañamiento y atención por parte del Gobierno, sin embargo, no pierden la esperanza. Muchos están dispuestos a abrir sus brazos a la reconciliación, otros se alegran por la sensación de tranquilidad que el proceso con las FARC ha empezado a dejar, aunque les preocupa la aparición de nuevos grupos armados ilegales que quieren ejercer control y acabar con la vida de líderes sociales o atemorizar a miembros de su comunidad. La Iglesia ha sido una de las pocas instituciones que ha llegado, que ha podido estar allí acompañándolos en los días más crueles, en las más fuertes inundaciones, esas que por la ubicación geográfica del corregimiento y las fuertes lluvias que se presentan, complican la situación de sus habitantes, la movilidad, la vida útil de los cultivos y el estado de sus casas.
El diplomado, por ejemplo, se ha convertido hoy en una gran oportunidad para apoyarlos, para motivar sus deseos de transformación y paz, pero, sobre todo, para escucharlos, y eso el Padre Yorlly lo sabe bien, “nosotros, como equipo misionero, también tenemos una responsabilidad frente a la comunidad…Por ejemplo, el compromiso de traer personas que los puedan escuchar y ayudarles a desahogarse, que les ayuden a ir sanando”, manifestó el sacerdote durante esa cuarta sesión, refiriéndose a los estragos emocionales que a muchos habitantes ha dejado el conflicto.
Respecto a lo anterior, Juan Carlos Castillo, misionero claretiano en formación que llegó desde Venezuela directo a Tagachí hace menos de dos años, y que hoy también apoya la realización de Pases de Reconciliación agregó: “Debemos empezar a aplicar lo aprendido en el Diplomado, comenzar con la sana-acción, hay que abrazar nuestra historia, quererla, porque ella nos hizo quienes somos; reconocer que Dios ha estado presente en esa historia que nos ha tocado vivir, acompañándonos y dándonos fuerzas para seguir. Gracias al Diplomado, nos ha servido como recordatorio del trabajo pastoral que nosotros como Iglesia y en ecumenismo con las demás iglesias de Tagachí, debemos hacer”.
Actividades sobre sanación, memoria, reconciliación, cultura de paz y estudio de los acuerdos alcanzados entre el Gobierno y las FARC, hacen parte del programa del Diplomado Pases de Reconciliación. Con la seguridad de que el nuevo horizonte de reconciliación y paz en Colombia debe empezar a construirse desde la base, desde las regiones, la Comisión de Conciliación Nacional, bajo la presidencia de Monseñor Óscar Urbina Ortega, Arzobispo de Villavicencio y también presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, y la Secretaría Técnica en cabeza del Padre Darío Echeverri González, desea seguir trabajando con estas y muchas otras regiones mediante su proyecto pedagógico Acciones Conscientes, apoyado por la Embajada de Alemania desde septiembre del año pasado. A través también de otras iniciativas que tienen previstas y que le permitirán a la Iglesia, de la mano de cooperantes internacionales, continuar contribuyendo al país en este nuevo escenario que se configura y que demanda también el esfuerzo de todos los colombianos.
Como en el Chocó, en otras regiones de departamentos como Arauca, Meta, Tolima y Nariño se puso en marcha desde el pasado mes de abril ‘Pases de Reconciliación’ con miembros de la comunidad que han sido o se convierten ya en gestores de paz. Así como Inter-Acciones por la paz’, los diplomados que se realizan con exguerrilleros de las FARC, agrupados en distintas zonas y puntos transitorios de normalización, como apoyo a la construcción de paz y a los procesos de reinserción que empiezan a enfrentar y que son fundamentales para sacar adelante los esfuerzos ya hechos. En lo que respecta a esta zona del país, Tagachí fue el lugar elegido para trabajar con la comunidad; y el Punto Transitorio de Normalización de Vidrí, una vereda del municipio de Vigía del Fuerte, ubicado en Antioquia, para desarrollar el trabajo pedagógico con exguerrilleros; proceso que también Magaly, el Padre Yorlly y el seminarista Juan Carlos pusieron en marcha.