
La paz no quedó herida sino reforzada: monseñor Castro
- On 27 de junio de 2016
El prelado con más cercanía a los diálogos de paz es el actual presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, monseñor Luis Augusto Castro.
Su voz ha sido escuchada en distintos escenarios donde el tema de la guerra ha concitado la presencia de estamentos sociales, políticos, gremiales y gubernamentales del país.
Hoy, su pensamiento sobre el significado del acuerdo de cese bilateral al fuego en La Habana, y lo que representa para el país luego de 52 años de lucha fratricida, tiene especial importancia no solo por su investidura religiosa, sino por su permanente trabajo social y humanitario en favor de esta causa.
DIARIO DEL HUILA lo invitó a expresar sus opiniones, en esta entrevista, sobre la visión que tiene del futuro de Colombia en las postrimerías del más largo y dramático período de violencia que ha vivido el país.
¿Qué significado tiene para la iglesia católica la firma del acuerdo de cese bilateral al fuego?
He visto una decisión muy firme por parte de la guerrilla y naturalmente del Gobierno, creo que lo que se firmó en La Habana verdaderamente es el punto final a la guerra de 52 años, ni más ni menos. Faltan algunos puntos por definir en las próximas reuniones, pero ellos no van a interferir en esta decisión que se ha tomado. Me parece que es algo muy bonito porque es el último paso en la eliminación del conflicto para llegar a la nueva etapa que es el posconflicto, que significa la reconstrucción de Colombia, eliminando todos los aspectos que dieron lugar a la guerra y poniéndola a vivir en paz.
Monseñor, usted conoce muy bien esta zona del sur del país, el Huila y el Caquetá. ¿Qué le dice hoy a los grupos armados que usted conoció en el ejercicio pastoral, y que por muchos años azotaron a la población?
Que nunca más vuelvan a darse esas acciones que fueron dolorosas y dramáticas. Hubo muertes, secuestros, incluso aéreos. Fue todo un sufrimiento de estas comunidades tanto de la capital como de todo el departamento. Ahora espero que eso no vuelva a suceder, pero naturalmente, se necesitará tiempo para que la gente que se ha vuelto pesimista empiece a dejar que crezca un tris de optimismo en relación con la paz.
Uno de los puntos polémicos es el de la reparación de las víctimas, que para muchas familias afectadas aún no está claro. ¿Cuál es la posición de la iglesia frente a este tema?
Siempre la posición de la iglesia es apoyar a las víctimas y que no haya impunidad. Que las víctimas tengan verdad, justicia y reparación. Que tengamos la confianza de que esas cosas no se van a repetir y que lo firmado en La Habana nos dé esa seguridad. Algunos guerrilleros locatos estarán pensando en no entrar en este proceso, pero son decisiones que la misma organización de las FARC las van a controlar. Lo que sí esperamos es que las víctimas tengan el debido reconocimiento y que lo que se ha firmado sirva para la no repetición de estos actos. Las víctimas han sido tenidas en cuenta en La Habana, yo mismo las acompañé durante seis veces para encontrarse con la mesa de negociación, tanto con la guerrilla como el Estado.
Fueron encuentros muy buenos no solamente porque pudieron hablar de su tragedia y sufrimiento, sino también porque cada uno, escuchando a las demás víctimas, se daba cuenta que no había sido la única persona que vivió ese sufrimiento y que habían otras con dramas más graves. Eso ayudó a relativizar las cosas para sanar las heridas. Todo lo que se ha hecho es un gran mensaje para las víctimas y para algunos pesimistas que hoy pueden empezar a reconstruir su vida con optimismo.
Otro hecho que preocupa a muchas familias es la falta de claridad por parte de las FARC, de la suerte de algunos secuestrados y desaparecidos, de los cuales no se tiene ninguna información. ¿Cree usted que esta incertidumbre le puede restar confianza y credibilidad al proceso de paz?
En todo el sistema de justicia que se diseñó en La Habana, hay un punto muy importante que es el relacionado con la Comisión de la Verdad, para identificar a los desaparecidos y a los muertos. Este es el punto más triste cuando termina una guerra en cualquier parte del mundo, tener que establecer qué pasó con esas personas. Eso también está programado para que se haga y que las familias puedan tener en la medida de lo posible, la verdad de lo que aconteció.
Distintos sectores de opinión han venido discutiendo la conveniencia o inconveniencia de que las FARC hagan política y participen en las decisiones democráticas. ¿Usted, monseñor, es partidario de que los exguerrilleros intervengan en los procesos electorales?
Es que si no se les da posibilidad de ese ejercicio volvemos al comienzo, porque las FARC surgieron precisamente porque no tenían la posibilidad de hacer política. Entonces, se fueron por el lado más trágico que es el de la guerra, porque no había otra manera de entrar a reclamar y luchar por la justicia para un país diferente. Ellos tienen que hacer política porque después de las debidas reparaciones tienen que integrarse a la sociedad como ciudadanos normales, con todos los derechos. Algunos tendrán que pagar penas por los delitos si fueron atroces y otros no. Pero entonces, hay que dejar la puerta abierta para que el movimiento pueda hacer política en un país que es democrático y donde no hay una política excluyente como la hubo en el pasado.
El interrogante que se plantea hoy es, si el país está preparado para el pos-conflicto. ¿Qué cree usted, monseñor?
Es una pregunta difícil de contestar, si está preparado o no. Yo creo que mentalmente el país está preparado; es decir, todos quieren apoyar la paz. Es que la construcción de la paz es precisamente el pos-conflicto, que económicamente puede costar mucho y por eso, deben diseñar muy bien su financiación. Claro está, que tenemos apoyo internacional para adelantar esta parte. El que Colombia no tenga los recursos suficientes es simplemente por una situación mundial, no es ni siquiera interna del país. Todos sabemos que fue la caída del petróleo, y la subida del dólar que elevó la deuda externa y otros factores. Pero todo esto tendrá que mejorar como se prevé. El pos-conflicto no es cosa de tres meses, es por lo menos de 10 a 15 años, así que hay tiempo para que Colombia vaya buscando los recursos y enfrentando los desafíos de este proceso.
Se afirma que si el Gobierno no llega prontamente a un acuerdo con el ELN, el proceso de paz queda incompleto. ¿Así lo visualiza usted?
Evidentemente. Si el ELN no entra al proceso de paz, este queda incompleto, por eso se está haciendo todo el esfuerzo, al cual se ha unido la iglesia para motivar al ELN de que siga con los diálogos. El problema que se armó fue por los secuestros, pero yo creo que lo mejor sería que empezaran a dialogar y que pusieran como primer punto el secuestro, para definir qué vamos a esperar de ese grupo guerrillero.
Hoy, la imagen del presidente Santos está en niveles muy bajos, eso, en su opinión, ¿podría afectar el plebiscito para la refrendación de los acuerdos?
Entre las cosas que se firmaron en La Habana, estaba que ni el Gobierno ni la guerrilla se ponían a definir estas cosas, sino que ellos aceptaban la decisión que tomara la Corte Constitucional. Entonces, esperamos que el alto tribunal apoye el plebiscito, pero me imagino que los hechos que han acontecido ayudan a que los colombianos le apuesten al plebiscito.
¿Qué concepto le merece la frase lapidaria que lanzó el expresidente Álvaro Uribe, cuando dijo que con la firma del acuerdo de cese bilateral, la paz quedó herida?
Eso depende de la visión de paz que uno tenga. Si la visión que uno tiene se parece a la paz romana que significaba que el triunfo equivalía a eliminar completamente al enemigo, pues sí, pero esa no es la visión de paz que tenemos los colombianos, en su mayoría. La visión de paz no es acabar con todo, sino buscar a través del diálogo la recuperación de todos, porque una victoria a pura fuerza o guerra, siempre despierta fuertes deseos de venganza. Entonces, con lo que se hizo en La Habana, la paz no quedó herida sino reforzada. Tal vez, la paz del expresidente Uribe sí, pero la paz que concebimos nosotros es una paz de convivencia sana, como nos habla Jesús en el Evangelio.
¿Cuál es el mensaje de la iglesia a los colombianos en las postrimerías de este largo conflicto, para que se mantenga la esperanza y la fe en un mejor futuro de paz y reconciliación en el país?
Yo quiero hacerles ese llamado a los colombianos, a que sigan trabajando por la paz. Trabajar por la paz tiene muchos frentes, uno de ellos es pasar por ejemplo, de la desesperación a un poco más de optimismo y esperanza. Eso es construir paz. Son muchos los colombianos que han quedado heridos, basta pensar que en las listas oficiales hay ocho millones inscritos y cada víctima tiene como mínimo dos personas que participa del mismo dolor y de la misma tragedia. Entonces, hay 24 millones de víctimas y de ellas algunas han superado su situación, pero otras deben tener en el corazón heridas profundas y ganas de venganza. Para ellos, la paz está superando todos estos sentimientos. Sabemos también que el país está haciendo un esfuerzo por aclarar todo lo que aconteció y por tomar en serio el drama de las víctimas. La invitación mía es a que se apoye el proceso de paz y que oremos para que la guerrilla dé muestras claras con su actuar cotidiano de que definitivamente dejó atrás ese accionar y se integró en un propósito de paz. En ese sentido, también hay que tener presente que en La Habana se decidió que se iban a destruir todas las armas y que serían las Naciones Unidas las encargadas de hacer ese seguimiento, para que no quede duda de que alguien las escondió para seguir en el conflicto. Entonces, que mi Dios nos dé su paz y nos haga a todos grandes constructores de paz en este país.