16. Mujer, Paz, Pan y Vida

OBSERVATORIO - CASOS - DIOCÉSIS DE BARRANCABERMEJA

Lugar: Barrancabermeja (barrio San Silvestre), Santander
Modalidad: Reconciliación.
Tipo: Antropológica y Estructural
Autores: Iglesia católica (Diócesis de Barrancabermeja)
Participantes: Diócesis de Barrancabermeja, Comisión Diocesana, mujeres víctimas del conflicto, Pastoral social, Parroquia San Martín de Loba, Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús.
Otros: Miembros de la Misión de Belén, profesionales y especialistas de apoyo en proyectos productivos.
Objetivo: Aportar en la consolidación de un proceso organizativo de mujeres víctimas del conflicto armado para hacer frente a las necesidades de vivienda, alimentación y salud con enfoque en apoyo psicosocial y emocional.
Timeline: Desde 1998 hasta la actualidad, siendo los años de mayor impacto de 1998 a 2012
Duración Alrededor de 25 años
Descripción de la experiencia

Históricamente la región del Magdalena medio ha estado permeada por el conflicto armado y la violencia; en el caso de Barrancabermeja la aparición de la violencia se puede rastrear desde la década de los treinta con la búsqueda por los derechos de los trabajadores de la industria petrolera, las luchas por la tierra, y los movimientos obreros y campesinos; bajo este escenario, Barrancabermeja se convirtió en una ciudad campo de batalla para los actores económicos, políticos, y del conflicto armado: primero, con la presencia de guerrillas como el EPL, ELN y Farc-EP; y, posteriormente, con grupos paramilitares e, incluso, con la presencia de las Fuerzas Militares; el desplazamiento forzado, la migración de zonas rurales a urbanas, la expansión de asentamientos en la periferia de la ciudad, los homicidios y desapariciones, hacían parte de la vida en medio de la guerra (Hay Verdad-Magdalena Medio, 2020); bajo estos contextos, como sostienen Miller (2013), las mujeres veían cómo sus tareas, relaciones, su vida afectiva y, en general, su comportamiento, pasaban a ser controlados por grupos armados: paramilitares, ejército o guerrilla y evaluados según la lógica del enfrentamiento y la dicotomía amigo-enemigo.

Dentro de este panorama, uno de los hitos que partió la historia del conflicto armado para la región, ocurrió el 16 de mayo de 1998, en víspera de la celebración a las madres, cuando 32 jóvenes de los barrios El Campin, El Divino Niño, El Campestre y María Eugenia fueron desaparecidos y asesinados por las Autodefensas de Santander y Sur del Cesar (Ausac) en medio de un bazar comunitario, por una supuesta colaboración de las familias que vivían en estos barrios con la guerrilla (Rutas del Conflicto, 2019); para la Comisión de la Verdad (2020) este hecho marcó la llegada de las autodefensas y el asentamiento del paramilitarismo en la región y con ellos una intensificación de la violencia con las masacres como “formas de control social y político”.

Esta masacre es narrada por Rosa Helena Mahecha, miembro de la Pastoral Social de la Diócesis de Barrancabermeja, y protagonista de este caso, como uno de los actos más atroces a la comunidad: “ese año [1998] se presentó el hecho del 16 de mayo, una de las masacres más horribles contra la población, y también hubo el éxodo por las masacres del sur de Bolívar, la llegada del paramilitarismo y la guerrilla que hacía presencia, muchas situaciones que a las familias más humildes les afectaba bastante”; así, y a pesar de la fuerte presencia guerrillera y paramilitar, finalizando el gobierno de Ernesto Samper (1994-1998), esta ciudad fue un escenario de movilización por los derechos humanos y de organización comunitaria y la Diócesis de Barrancabermeja, junto con los grupos de Pastoral Social, acompañaron y apoyaron diferentes procesos comunitarios de las comunidades víctimas del conflicto armado en esta zona; Rosa Helena llegó en 1998 a Barrancabermeja como parte de la Misión de Belén, un grupo de misiones integrada por los laicos alemanes y suizos que llegaban, a través de la Diócesis, para revitalizar el tejido social en zonas de conflicto armado; en su testimonio, Rosa Helena cuenta sobre el proceso organizativo de Mujer, Paz, Pan y Vida, como una respuesta a las necesidades que les planteaba el conflicto armado a un grupo de mujeres víctimas quienes, con el apoyo de la Diócesis de Barrancabermeja y la Pastoral social, fueron forjándose como un ejemplo de organización social.

Para Meertens (1994, como se citó en Mancera 2020) los escenarios de violencia y el haber sido víctima del conflicto llevan a las mujeres a asumir una nueva ciudadanía que se traduce en la reparación y reivindicación de sus derechos; Marteens (2000) sostiene que estos escenarios de reivindicación y reparación pasan por la “reconstrucción de proyectos de vida” que se materializan por medio de los procesos organizativos cotidianos; en el caso de las mujeres de Mujer, Paz, Pan y Vida, este proceso organizativo se dio en escenarios de oración y en medio de la búsqueda de generar ingresos para sus hogares; así, las mujeres de los barrios San Silvestre y La Esperanza se reunían para estudiar la biblia, tejer, y hablar de los problemas que tenían, espacios que pueden leerse como círculos de apoyo y solidaridad: Mujer, Paz, Pan y Vida ha sido un proceso organizativo que ha funcionado bajo el modelo asociativo en el que se reparten cargas de trabajo, inversión, distribución de los ingresos, escenario de conjunción y suma de fuerzas para hacerle frente a la violencia.

A pesar de que se trataba de procesos organizativos de mujeres que buscaban una nueva dinámica en su cotidianidad, se empezaron a consolidar una serie de estigmas, desde una lectura sociológica, sobre las acciones que se estaban adelantando; para Goffman (2006) el estigma es un atributo que degrada o desacredita al individuo, que determina el tipo de tratos a los que se va a enfrentar dicho individuo; en este caso los imaginarios sobre los barrios orientales de Barrancabermeja, los límites trazados por la línea del ferrocarril que parte la ciudad en dos, y los marcados por los grupos armados suscitaron una serie de prejuicios para quienes habitaban en las zonas más empobrecidas; como bien lo narra la señora María Elvia García, que ha hecho parte de Mujer, Paz, Pan y Vida, “a pesar [de] que se estudiaba la biblia, la gente discriminaba, decía que estábamos formando grupos, y en realidad nosotras buscábamos era algo que nos ayudara a salir de la situación que vivíamos” (Caritas Colombiana, octubre 22 del 2012).

Cuando los grupos de mujeres empezaron a reunirse, llegó la Diócesis a acompañar el proceso e identificar cuáles eran las necesidades y aportes que se podían generar desde la Iglesia; de este modo, la participación de la señora Rosa Helena fue clave para ese momento: inició dirigiendo un grupo en el barrio San Silvestre, con el cual empezaron a identificar las necesidades compartidas por las mujeres como la alimentación, la vivienda y la salud, enfocada principalmente en el bienestar psicológico y espiritual, desde allí la Diocésis planteó varias acciones encaminadas a fortalecer el proceso comunitario que ya venían gestando las mujeres; desde la formación, se dio el acompañamiento y capacitación en sistemas contables, administrativos y proyectos económicos para generar alternativas de generación de ingresos a las familias; aquella necesidad del hambre se fue supliendo a través del apoyo de la Diócesis, quien entregó un capital semilla, el cual permitió empezar a generar ingresos a partir de los saberes y conocimientos de las mujeres; “Rosa Helena empezó a preguntarles que sabían hacer, entonces que el sancocho, las empanadas y con esa platica empezaron a comprar y realizar actividades; esa platica la reunían y compraban al por mayor y se repartían, hacían unos mercados familiares e iban dotando a las distintas mujeres que estaban ahí, y eso fue creciendo la actividad y cada vez el mercado era más grande, eso a ellas las motivó” (Yaneth Rozo Cáceres, también protagonista de este caso).

El apoyo de la Diócesis en la construcción y generación de los proyectos productivos fue esencial para suplir la necesidad del alimento, pero también como herramienta de empoderamiento de las mujeres; el acompañamiento psicológico y emocional permitió que las mujeres hablaran de sus sentires, el dolor, rabia, e impotencia que produce la guerra, por un lado, pero también, desde el sentido más humano, permitió el encuentro de la comunidad, la empatía, compañía, y el fortalecimiento de la fe y espiritualidad; Rosa Helena cuenta en su testimonio que las mujeres sentían y manifestaban que no tenían poder, las situaciones propias de la violencia las habían hecho creer que no tenían la capacidad y poder para decidir y escoger como actuar: “Quieren hacer creer que [no se tiene] poder y cuando se deciden organizar están teniendo el poder organizarse; cuando deciden hacer una olla comunitaria o sentarse a tejer, están ejerciendo su poder” (Rosa Helena Mahecha); como sostiene Mancera (2020), los procesos asociativos son vehículos para la autonomía y el empoderamiento femenino que, en su caso, se ven desde dos dimensiones: la política y la económica; aquí, la transformación, pasa por el momento en que es posible visionar otras alternativas para la vida propia y la de las mujeres cercanas, y allí el acompañamiento de la Diócesis fue clave para la transformación y el empoderamiento.

Mujer, Paz, Pan y Vida ha sido un proceso reconocido en la región, a medida que se fue consolidando, porque amplió su capacidad de acción y se extendió entre las mujeres por los barrios y zonas aledañas a Barrancabermeja; lo que un principio eran reuniones de 30 y 40 mujeres, se convirtió en espacios de 150 o 200 mujeres, donde la Diócesis y profesionales de la salud dieron apoyo psicosocial y formación espiritual; ya con el fortalecimiento de la salud emocional, espiritual y la estima de las mujeres se empezaron a gestar otros procesos complementarios de formación y apoyo: la alfabetización y acompañamiento jurídico a las víctimas, les permitió acceder a los esquemas burocráticos y estatales para la restitución, o reclamo de derechos, lo que en algunos casos terminó en reconocimiento de las víctimas; de este modo, el apoyo de la Diócesis fue vital en la construcción de comunidad a través de la solidaridad y, después de más 20 años de actividades de Mujer, Paz, Pan y Vida, se lee como un ejemplo de formas de gestión y organización comunitaria para hacerle frente a los rigores del conflicto armado.

Fuentes.

⮚ Caritas Colombiana (22 de octubre 2012), Mujer Paz, Pan y Vida, Video de YouTube, Disponible en: https://wwwyoutubecom/watch?v=P89PAPxhV_Y.

⮚ Hay verdad, Magdalena Medio (16 de mayo de 2020), Barrancabermeja: la fuerza y persistencia de un pueblo por la vida, Comisión de la Verdad, Disponible en: https://webcomisiondelaverdadco/actualidad/blogs/barrancabermeja-la-fuerza-y-persistencia-de-un-pueblo-por-la-vida.

⮚ Mancera, G (2020), “En el páramo nacimos, en el páramo crecimos y por el páramo somos lo que somos”, Conservación ambiental y organización campesina en el páramo del Almorzadero, Cerrito Santander, Universidad del Rosario.

⮚ Meertens, D (2000), El futuro nostálgico: desplazamiento, terror y género, Revista colombiana de Antropología, 36, 112-135.

⮚ Rutas del Conflicto (2019), Masacre 16 de mayo de 1998: dos décadas buscando la verdad y la reparación, Nota periodística, Disponible en: https://rutasdelconflictocom/notas/masacre-16-mayo-1998-dos-decadas-buscando-la-verdad-la-reparacion.

Resultado
Proceso organizativo de mujeres víctimas del conflicto armado en Barrancabermeja y el Magdalena Medio alrededor de la organización Mujer, Paz, Pan y Vida, que dio respuesta a las necesidades compartidas por ellas y sus familias: la alimentación, la vivienda y la salud, enfocada principalmente en el bienestar psicológico y espiritual; la Diócesis planteó aquí acciones concretas encaminadas a fortalecer procesos comunitarios para alivianar las situaciones de dolor y necesidades que plantea el conflicto armado en la región.