40. Vereda El Neme: la salida del estigma desde la fe

OBSERVATORIO - CASOS - ARQUIDIÓCESIS DE IBAGUÉ

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Lugar: Vereda El Neme del municipio del Valle de San Juan, noroccidente del Tolima.
Modalidad: Paz, Reconciliación y Memoria Histórica.
Tipo: Antropológica, Ecológica y Estructural.
Autores: Arquidiócesis de Ibagué y Pastoral Social.
Participantes: María Gineth Villarreal García lider comunitaria de la Vereda El Neme, líderes y comunidad en general, Pastoral Social.
Otros: Ninguno.
Objetivo: Constituir procesos de liderazgo para la paz, la reconciliación y el perdón en la vereda El Neme para eliminar la estigmatización histórica que ha sufrido la comunidad.
Timeline: Desde el año 2014 hasta el presente.
Duración 9 años y en proceso de consolidación.
Descripción de la experiencia

El origen del Bloque Tolima de las Autodefensas Unidas de Colombia se remonta a los primeros grupos de autodefensa antiguerrilleros del país cuando las guerrillas liberales y comunistas se habían unido para enfrentar al gobierno en la época de La Violencia, dividiéndose después, a principios de la década de los sesenta y, posteriormente, enfrentándose; los grupos que enfrentaron a las guerrillas terminaron años más tarde financiados por los ganaderos y grupos de narcotraficantes de la zona, el más conocido fue Rojo Atá que servía de grupo de vigilancia privada a varios capos en la región y que luego sirvió como base para la conformación del Bloque Tolima en 1999; ese año, llegaron a la zona otras estructuras de autodefensa desde Puerto Boyacá y los hermanos Castaño unieron las bandas de paramilitares que delinquían en la zona: los entrenaron, les dieron armas y designaron a Diego José Martínez Goyeneche alias “Daniel” como jefe de este Bloque; en el Norte del Tolima también se encontraba el Frente Omar Isaza (Foi) de las Autodefensas Campesinas del Magdalena, pero dividieron el territorio con El Bloque Tolima (unos años antes de la desmovilización de 2004 también llegó el Bloque Centauros a la zona); la principal fuente de financiación fue el cobro de gramaje sobre la coca que provenía de Putumayo, Caquetá y Huila, además de la extorsión a los arroceros y el robo de gasolina (Higuera, 2013).

Ubicada en el municipio del Valle de San Juan, noroccidente de Tolima, se encuentra la vereda El Neme, allí, la comunidad campesina vivió el horror del conflicto armado desde comienzos de la década del noventa cuando se asentaron en la región grupos guerrilleros y, posteriormente, con el arribo de facciones paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia-AUC; uno de los momentos críticos para los pobladores de esa vereda se vivió el 24 de abril de 2001 cuando paramilitares del Bloque Tolima de las AUC, luego de retener algunos vehículos del caserío, reunieron a los pobladores en la escuela de la zona rural y les informaron que iban a asesinar a supuestos colaboradores de la guerrilla, posteriormente, se dirigieron a la finca La Arrocera y al llegar mataron a cuatro personas con armas de fuego (las víctimas fueron Martha Cecilia Guarnizo, presidenta de la Junta de Acción Comunal, José Huber, Willingtón Bernate Guzmán y Hernando Cañizales), después de la masacre quemaron las viviendas de las víctimas y hurtaron ganado y pertenencias de la comunidad (Higuera, 2013).

Los hechos aún están en la memoria de las víctimas, varias de ellas como María Gineth Villarreal García (protagonista de este caso), recuerda cuando en la escuela de la vereda fueron retenidos la mayoría de sus habitantes a quienes se les leyó una lista de las personas que iban a ser asesinadas por ser colaboradoras de la guerrilla, cuatro en total; esa incursión generó el desplazamiento forzado de 73 familias, además de enfermedades psicológicas, pérdidas materiales y económicas para todas ellas (Ibáñez, A M, & Vélez, 2008); estos acontecimientos ocurrieron en el peor momento del conflicto en el Tolima, un periodo de constantes tomas de las Farc-EP, la crudeza de las acciones de los paramilitares y la llegada de narcotraficantes que aterrorizaban a la población; la Corte Suprema de Justicia condenó a siete años de cárcel en el año 2013al ex representante a la Cámara Gonzalo García Angarita por tener nexos con el Bloque Tolima y por ser un presunto actor intelectual de la masacre de El Neme, pues, según el desmovilizado Juan David Betancur, alias ‘Caresapo’, García Angarita participó en la reunión en la que se planeó el crimen.

Para contrarrestar los efectos de esta masacre, María Gineth empieza a constituir procesos de liderazgo en la comunidad en el año 2014 generando unidad de las víctimas: “implementamos una estrategia pedagógica para sacar diecisiete personas líderes, realizamos eventos entre la comunidad invitando personas de afuera para que fueran a visitarnos y se dieran cuenta que nosotros no éramos una comunidad guerrillera, de que no teníamos la culpa de lo que nos había pasado”, destacó María; dentro de las actividades realizadas estuvieron: “realizamos el cliclopaseo donde invitamos prácticamente a todos los ciclistas del departamento del Tolima a que fueran a visitarnos y efectivamente fueron más de 500 personas; fue muy gratificante ver tanta gente visitándonos, ahí dijimos: somos una comunidad ejemplar, trabajadora; también se hizo un muro donde en letra grande escribimos Neme territorio de paz”; estas acciones fueron un gran avance para quitar o, al menos, alivianar esos estigmas que recaían sobre la vereda El Neme que, históricamente, ha sido objeto de señalamientos y sometidos a presiones psicológicas por el solo hecho de pertenecer a esa comunidad.

Con María ha sido posible la construcción de la reconciliación y el perdón desde la religión: “esta comunidad trabaja por la paz para reconciliarse entre ellos mismos haciendo muchas eucaristías; hacemos el acto de conmemoración en honor a nuestras víctimas del 24 de abril todos los años con la Santa Eucaristía para no dejar a las víctimas en el olvido; también nos fortalecemos con la oración para sanar los lazos rotos y la reparación colectiva”; el perdón, desde un punto de vista religioso, se entiende como una cosmovisión de la vida, de tal modo la reconciliación de la humanidad con Dios no es posible sin la reconciliación de la humanidad consigo misma; por tanto, la reconciliación entre la comunidad, desde la Arquidiócesis de Ibagué, exalta el concepto de “hermanos” sobre el concepto de “fieles”, ya que abarca la comunidad y la espiritualidad de la comunión donde mi hermano es alguien que me pertenece (la reconciliación parte de la necesidad de restablecer la alianza con Dios, pero a la luz y como expansión de esta nueva comunión y amistad, se produce la necesidad de reconciliarse con el hermano) (McCullough & Root, 2005; Murphy, 2003); con todo, la “Conciliación” viene del latin conciliatus que significa “reunirse, constituir una asamblea”, por ende “Re-conciliación” supondría que antes hubo una asamblea que corresponde reconstituir; así, desde la experiencia de la vereda El Neme, “reconciliar” no debiera significar volver a la situación “preconflicto”, sino establecer una conciliación superadora de la situación originaria que impida la recreación del conflicto y supere la venganza o el odio.

Fuentes.

• Higuera, A (2013), Etnografía Del Olvido: La Masacre del Neme – Tolima y las políticas de la memoria en Colombia (Tesis de Grado), Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Antropología.

• Ibáñez, A, & Vélez, C (2008), Civil Conflict and Forced Migration: The Micro Determinants and Welfare Losses of Displacement in Colombia, World Development, 36(4), 659–676, Recuperado de http://doiorg/101016/jworlddev200704013.

• McCullough, M y Root, L (2005), Forgiveness as change, En E Worthington (Ed), Handbook of forgiveness (pp, 91–107), New York, NY: Routledge.

• Murphy, J (2003), Getting even: Forgiveness and its limits, New York: Oxford University Press.

Resultado
Las prácticas colectivas en la vereda El Neme, que se sostienen en una organización de líderes, toman relevancia para los procesos de reconciliación en la medida en que son acciones que fortalecen, tanto subjetiva como colectivamente, a las víctimas y permiten la consolidación de mecanismos de afrontamiento ante los hechos victimizantes, lo que supone la creación de estrategias desde los mismos procesos organizativos que favorecen la no repetición de los hechos y los ejercicios de memoria como acciones en contra del olvido y la impunidad.