36. Fundación Arte y Paz es Hip Hop en Cajamarca

OBSERVATORIO - CASOS - ARQUIDIÓCESIS DE IBAGUÉ

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Lugar: Cajamarca, Tolima.
Modalidad: Paz y Reconciliación.
Tipo: Antropológica, Ecológica y Estructural
Autores: Fundación Arte y Paz es Hip Hop
Participantes: Álvaro Javier Quintero Ovalle representante legal de la Fundación Arte y Paz es Hip Hop
Otros: Fundación Instituto para la Paz en Colombia, Ficonpaz
Objetivo: Facilitar, gestionar y visibilizar la cultura hip hop como un elemento de paz y reconciliación en el municipio de Cajamarca, Tolima.
Timeline: Desde el año 2013 hasta la actualidad
Duración Diez años y en proceso de consolidación.
Descripción de la experiencia

El Departamento del Tolima está ubicado en el centro de Colombia que limita al norte con el Departamento de Caldas, por el oriente con Cundinamarca, por el occidente con Quindío, Risaralda, Valle del Cauca y Cauca y, por el sur, con Huila; tal ubicación geográfica llamó la atención de grupos armados al margen de la ley en las últimas décadas, tanto de grupos guerrilleros (Farc-EP, ELN), las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio antioqueño (ACMM), el “Bloque Tolima” de las AUC y, recientemente, de bandas criminales como “Los Rastrojos”, quienes hasta hoy buscan tener el control sobre las vías que facilitaban la movilización de insumos y armas desde el sur al norte del país y viceversa, así como de los corredores entre los departamentos de Caldas, Quindío, Risaralda, Antioquia y Cundinamarca, tal escenario propició que en el departamento existan un total de 347932 víctimas, según el Registro Único de Víctimas (RUV), con corte al primero de noviembre de 2016; así, la historia del conflicto armado en Cajamarca, por su ubicación geoestratégica, ha sido objeto de disputa territorial para distintos grupos lo que ocasionó el aumento “considerable de los desplazamientos y las violaciones del DDHH, coincidiendo con el aumento de la presencia del Ejército Nacional, la llegada de los paramilitares con el Bloque Tolima y el inicio de la entrega de títulos mineros en la región a la AGAC” (Colectivo Ansur, 2016, p, 13).

Es en este escenario, cuando surge la iniciativa de Álvaro Javier Quintero Ovalle (protagonista de este caso), el cual junto con las comunidades de jóvenes, han pensado a Cajamarca desde el antecedente de resistencia, ya que son conscientes de los momentos álgidos, de las manifestaciones sociales, de la presencia de actores en el territorio y de cómo han sido instrumentalizados los espacios públicos, como los parques, para la guerra; sin embargo, fueron los procesos de la extracción minera a gran escala y las inadecuadas estrategias de relacionamiento entre la empresa minera y la población de Cajamarca los fenómenos sociales que produjeron una serie de conflictos, siendo los más representativos el de Choropampa (2000) y Cerro Quilish (2004), los que generaron liderazgos comunitarios en pro de concientizar a la población de los impactos ambientales de la minería (Cuervo & Cadavid, 2010; Machado, 2011).

Por ello, una de las acciones de resistencia que hace Álvaro en Cajamarca es mediante la música rap, así lo anotó: “realizo mi primer tema enfocado a la explotación minera que iba a ver en mi territorio y el tema se llamó Nueva Conciencia, el cual, desde mi perspectiva como ciudadano, como joven sobre cómo se veía afectado y cómo se verían afectados mis coterráneos por la explotación minera de ese calibre”; es así como se empieza a conformar la Fundación Arte y Paz es Hip Hop para viabilizar eventos como el Encuentro Nacional Cajamarca Hip Hop tratando siempre la prevención de violencias y buscar mediante el arte, la música o el baile, mecanismos de reconciliación y paces.

Son estos jóvenes, pertrechados con las letras de sus canciones y los bailes urbanos, entre otras experiencias artísticas, quienes generaron grandes transformaciones a nivel físico espacial como a nivel sociocultural desde el año 2013, después de su constitución como Fundación legal; estas formas de expresión se manifestaron en contra de los asesinatos y desaparecidos en la región y se puede considerar que los procesos juveniles y comunitarios tomaron mucha fuerza gracias a las letras de sus canciones y a sus registros literarios musicales y gráficos que, como marcas, se convirtieron en el testimonio de inconformidad porque las comunidades se dieron cuenta de que se puede contar una historia diferente y utilizar el arte como forma de resistencia para mutar la realidad.

Desde la autogestión, la Fundación ha propiciado transformación física y urbana, la cual ha sido una de las formas en las que se ha evidenciado los grandes cambios del espacio en el municipio, se ha visto de qué manera se resignifican tantos los espacios como el uso que se le da a estos espacios, pues “comienza a resignificarse y comienza a ser utilizados por otras personas diferentes a quienes lo habitan, así como la emergencia de otros colectivos” (Lefebvre, 1974, p, 43; Melucci, 1999, p 25); es así como Álvaro, mediante la Fundación, busca visibilizar que sus acciones van más allá del pintar o cantar: “realmente hacemos a nuestra comunidad desde lo holístico, mediante nuestro arte le enseñamos a nuevas generaciones a cantar, a bailar, a pintar, les enseñamos otra forma de ver la vida ante los conflictos”.

Es de considerar, como elemento transversal de la Fundación y la historia de violencia en Cajamarca, que la comunidad ha decidido darle un giro a la realidad para entender la guerra como algo que hay que recordar, aunque no hay que repetir; pues la apuesta es construir otra manera de habitar el territorio para la vida a través de las formas del arte, aunque muchos acontecimientos negativos dejaron marcas imborrables en los habitantes, gran parte de estos tomaron un nuevo impulso desde el arte dejando atrás las experiencias negativas y dando grandes pasos hacia las prácticas estéticas y culturales que abrieron nuevos horizontes; de tal forma, para la planeación y diseño de estas experiencias, fueron los jóvenes quienes utilizaron como recurso principal sus talentos, hobbies y oficios cotidianos para crear estos escenarios colectivos de alegría y paz bajo la consigna del arte como resistencia, teniendo como resultado, tal como lo menciona Álvaro: “poco a poco los habitantes generaron cambios en sus maneras de sentir, pensar y actuar; algunos decidieron migrar desde los lugares que comunicaban la ausencia de esperanza, la tristeza y la guerra, para darle paso al arte como una forma de resistencia y de cambio hacia lo positivo”; estos cambios pueden sentirse en la manera como el pensamiento y la expresión en las calles permiten una comunicación abierta que sobresale por encima de los actos violentos (Bonvillani, 2013), utilizándose el lenguaje estético, en el espacio público de Cajamarca, como una forma de visibilizar lo que pasa en el territorio para que se convierta en testimonio vivo de una comunidad que busca salir de los escenarios de violencia.

Fuentes.

• Bonvillani, A (2013), Cuerpos en marcha: emocionalidad política en las formas festivas de protesta juvenil Nómadas, 39, 91-103.

• Colectivo Ansur (2016), Tejiendo Vida, defendiendo el territorio, Impactos psicosociales del proyecto, La Colosa Regional.

• Cuervo, C, & Cadavid, K (2010), Expresiones artísticas populares como forma de resistencia, estrategia alternativa para la participación política juvenil, (Tesis de pregrado en trabajo social), Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia.

• Lefebvre, H (1974), La producción del espacio Oxford: Blackwell.

• Machado, H (2011), “El auge de la minería transnacional en América Latina, De la ecología política del neoliberalismo a la anatomía política del colonialismo”, En: Héctor Alimonda (coord), La naturaleza colonizada Ecología política y minería en América Latina, CICCUS-CLACSO.

• Melucci, A (1999), Acción colectiva, vida cotidiana y democracia, El Colegio de México, Capítulo 1, Teoría de la acción colectiva, 25-54.

Resultado
Se trata de una apuesta por recuperar los valores de las prácticas estéticas y artísticas del hip hop como parte de las estrategias de recuperación de un imaginario colectivo distanciado de la violencia para dar pasos agigantados hacia una estética de la vida, es decir, prácticas participativas y sociales donde los habitantes, en su mayoría sobrevivientes jóvenes, puedan seguir soñando con otras formas de crear vida a través de las prácticas emergentes de sus saberes y conocimientos.